Relatos desde mi buhardilla
Padre
La sonrisa de padre parecía venir de otra parte, como si la gracia se lo
hubiera llevado lejos. Y era cierto.
Antes del amanecer cerraba la puerta despacio, sin ruido; con la tartera
en el talego a cuadros blancos y azules, remendado, sucio el bajo del pantalón con grasa de bicicleta, echándosela al hombro escaleras abajo, enorme, de un negro hierro, los pedales que daban la vuelta a mi cuerpo, con aquel faro que parecía un huevo enorme, la cabeza de un cíclope enano, camino de la fábrica.
A padre lo veía, los más de los días, en penumbra; fugaces imágenes por caminos de huertas, por nueces, ¡sobre el trasportín de aquel barco, aeroplano, caballo de acero, agarrado a su cintura, sintiendo los radios de la rueda ventilar mis piernas desnudas, contemplando las copas de las nogueras, un pasillo celestial por
encima de nuestras cabezas! A ambos lados, el paisaje, una película
rodante.
Luego, las noches hueras de su figura y su habla escasa. Sin estridencias patina sobre sus alpargatas por el terrazo hasta la cocina; una hogaza de pan cubre las sardinas en aceite enlatadas, medio tomate, al runrún de la radio, nacional, de España. De ahí, duermevela, a la cama.
En su biografía el maquis, la sierra, el ganado de ovejas, la muerte de los abuelos, ¡indefenso, es el menor de los hermanos!, el vivero, una pierna quebrada en el aserradero, la
hoz y el deil, el azadón en el huerto, un domingo de paseo por la principal calle, un
cochecito de metal, que quiero...
Ahora necesito desarmar aquellos silencios, sus paseos por otras vidas, sus miedos... Ahora creo, porque lo deseo, que lo comprendo. ¡Cuán duro labrarse un universo después de cruzar su mirada de niño el rostro curtido de aquel maquis con la escopeta cargada en el hogar de la
casa! Siento el escalofrío de muerte, el mismo que te tapiara, a ti padre, el reloj del alma, del hoy con el mañana.
Quizá por eso, con nosotros, no supiste detener el tiempo.
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