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sábado, 18 de julio de 2020

Coincidencias

La Retirada

A los perdedores de la guerra española del "36"

   Es quizás el mejor título, la mejor definición de quienes tuvieron que marcharse obligados por las condiciones a las que se vieron sometidos al final de una guerra que hoy en día ya no se puede llamar civil, pues habían entrado en el conflicto, originado por un golpe de estado al régimen republicano, varias potencias extranjeras (Italia, Alemania, Rusia…). Hablamos de quienes tuvieron que dejar España tras la guerra de tres años, aquella guerra que se iniciaba un viernes diecisiete de julio, un no tan lejano julio del "36", y finalizaba un abril de 1939.
   La Retirada, Éxodo y exilio de los republicanos españoles (Editorial El mono libre, 2020) es también el título de un libro de un testimonio excepcional, del dibujante Josep Bartolí i Guiu (Barcelona 1910, Nueva York 1995) a través de la documentación de la periodista Laurence García y las aportaciones y comentarios personales del sobrino de Josep, Georges Bartolí. Leerlo es llevarse a los labios la tierra en la que fue enterrado el cuaderno de dibujos sobre el exilio que sufrieron miles y miles de republicanos en los campos de concentración franceses, Lamanère, Argelès, Saint Cyprien, Rivesaltes, Barcarés…, después de perder la guerra; escenas brutales de la vida diaria miserable a la que fueron obligados, y con la muerte acechando a cada instante. Su imagen de la guerra está en los trazos de sus dibujos. Las imágenes hablan solas, y la vida del dibujante, incansable activista político, pasa por escenarios tan desoladores en el libro, que es necesario visualizar, y luego seguir su obra en otros espacios creativos, y amorosos al lado de Frida Kahlo en México, hasta que marcha a Nueva York. No vuelve a España hasta 1977, pero volverá allí para morir en tierras americanas.
   Otro exiliado, que sucumbió a su Retirada, fue Rodolfo Llopis (Callosa de Ensarriá, 1895-Albí, Francia,1983). Inició su labor profesional y política como, profesor de Geografía en la Escuela Normal de Maestros de Cuenca entre 1919 y 1931, donde llevó a la práctica docente los principios de la Institución Libre de Enseñanza, y donde tuvo una acción decidida en la concienciación colectiva de una población sometida y empobrecida. Creó el periódico La Lucha, donde escribió ampliamente su mensaje político y social con temas como el pacifismo, igualdad y derechos de la mujer, justicia social, libertades públicas y privadas. En aquellas páginas está su máxima sobre la guerra: “Nosotros hemos considerado la guerra como una aberración de la Naturaleza humana, como una bárbara regresión. La guerra, para nosotros, es la negación brutal de todas las conquistas humanas.” (La Lucha, 16-1-1921, del libro de Clotilde Navarro y José Luis Muñoz, Rodolfo Llopis. Un aire de modernidad en la Cuenca de los años veinte, Colección Atalaya, 2007).
   Llopis se afilia al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) tras los sucesos de la huelga general revolucionaria de 1917 (convocada por UGT y el propio PSOE, y apoyada en algunos puntos del país por anarcosindicalistas de la CNT). Pero su carrera política se inicia en el Ayuntamiento conquense, como concejal. En su periodo de desarrollo intelectual y pedagógico participa en la fundación de la Federación de Trabajadores de la Enseñanza de la UGT. Diputado por Alicante durante las Segunda República, es  posteriormente nombrado Director General de Primera Enseñanza por el ministro Marcelino Domingo, y su labor inmensa consistirá en construir y equipar por todo el país de escuelas primarias, con comedores y estudiantes preparados en pedagogía, en el hasta entonces un desierto educacional. Subsecretario de Presidencia con Largo Caballero, se mostró contrario a su compañero Juan Negrín (quien manifestó que de haber durado cinco meses más, la guerra hubiera dado vencedora a la República por la geopolítica del fascismo ítalo-alemán), y contrario al excesivo poder que entendía estaba muy decantado hacia los comunistas controlados desde Moscú.
   En el exilio, en Francia, Llopis es nombrado secretario general del PSOE en 1944 presidente del gobierno en 1947, y presidente de UGT. Pugnó por mantener la jerarquía de la organización del exterior frente a los nuevos dirigentes del interior. En 1971 pierde la presidencia de UGT, y en 1974, en Suresnes se queda en el PSOE histórico frente al “Renovado” que pasa a tener entre sus dirigentes a Nicolás Redondo, Pablo Castellano y Felipe González, entre otros. Volvería a España para presentarse como senador en las listas de Alianza Socialista Democrática, pero no obtendría escaño. Volvió a “retirarse” a Francia.
   Un tercer protagonista de "Retirada" fue Régulo Martínez (Cazalegas, Toledo, 1895-Madrid, 1986) un sacerdote que ejerce de párroco joven en la provincia de Guadalajara que, al vivir la situación paupérrima de los campesinos de la zona, choca con la jerarquía montaraz del Cardenal Segura. 
   Tras colgar los hábitos, y como republicano de fe y acción, llega a ser el presidente en Madrid del partido azañista Acción Republicana, siendo su mayor implicación durante el periodo de la contienda. Estando en París para gestionar la ayuda de las potencias democráticas en el conflicto español, tiene la opción de quedarse como exiliado. Pero decide volver y ejercer su lucha desde el infierno de las cárceles represoras del régimen que instaura el general Franco. Comienza su “turismo carcelario”, como sugiere con ironía este conocedor de las cárceles. En sus memorias en Republicanos de catacumbas (Historia del franquismo, Ediciones 99, Madrid 1977) se pueden interpretar dos tipos de acción, la del exilio interior de su vieja casa eclesiástica y su actividad clandestina desde su salida de los callejones de la muerte que fueron las celdas franquistas. Entre los protagonistas que conoce en ellas destaca a Julián Besteiro, en la cárcel de Carmona, otro "rojo" que optó por quedarse en un intento de trabajar desde "dentro" y al que Martínez destaca como maestro de la Ética política y humana. Régulo va desgranando la desesperación creciente ante el desamparo de los gobiernos y alianzas democráticos de la vieja Europa, u otros continentes, durante y tras la Segunda Guerra Mundial. Tan sólo sobrevive el apoyo incondicional de sus compañeros en el exilio, aquellos que como Llopis o Bartolí mostraron por los que se quedaron dentro de este ruedo de muerte. Sufrió, lamenta en sus páginas, en sus confesiones abiertas, la marginación que se hizo con los republicanos en los pactos de la Transición.
   Como de papel, escrito o dibujos hemos trazado estas coincidencias en la fecha del golpe de estado contra la República aquel 18 de julio de 1936, del que se cumplen hoy ochenta y cuatro años, valga una de las vivencias macabras que vivió nuestro último protagonista, al albur de lo que salta en la biblioteca al azar. En su primera detención Régulo, en los sótanos de Gobernación, se encuentra, a las cuatro de la madrugada, con un viejo militante anarquista. Acababan de interrogarlo y lo encuentra molido y medio ahogado en su camastro: “Amigo Régulo, querían que yo declarase los nombres de todos los anarquistas que conozco del Puente de Vallecas, y al negarme a ello me han propinado una paliza como puedes apreciar por las señales en todo el cuerpo. Pues es que a ese mal trato añadieron el pitorreo macabro de enseñarme un cuadro de Durruti, y me preguntar si le apreciaba yo mucho, y al contestar que estimaba bastante, me dijeron: “Pues ahora te lo vas a comer.” Hice un esfuerzo máximo, pero…, al llegar a la visera, la verdad –añadió con una gracia impropia y superior al estado en que se encontraba-, ya no podía pasar…”.
   Lo que quizás no imaginaba Régulo es que este “pasar” le pesaría, y duro, a quienes cayeran en sus manos el periódico Democracia, hecho totalmente a mano, y que circuló por las cárceles como órgano de Alianza Republicana. Ante la llegada de los guardianes sus confeccionadores debieron tragarse en muchas ocasiones las hojas con sus escritos. 
   Una alegoría de cómo tantas historias se ha tragado la mala e injusta Memoria sobre la Historia. 
   Cada vez nos quedan menos testigos y se releen, escasamente, los testimonios de todas las partes. No lo olvidemos.


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