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jueves, 2 de julio de 2020



Coincidencias


Las "Nanas de la cebolla" de la pandemia


Refugiados en Siria. OCHA/Halldorsson, news.un.org
   En los terribles días del confinamiento, debido a la Covid-19, una angustiosa noticia saltó entre tanta muerte desparramada por el mundo: varias madres habían contagiado a sus bebés durante el embarazo. Ayer mismo, se confirmaba el primer caso, en el campo de refugiados de Grecia. Las horas que faltan hasta ver los resultados de la prueba al recién nacido serán angustiosas y extenuantes. ¿Qué Nana habrá buscado esta madre, y aquellas madres, para el primer arrullo a sus crías? Madres, miles, a las que el hambre y la falta de hogar se suma a la sangría de sus desgracias. ¡Ojalá tuvieran otro poema de Miguel Hernández arrullándoles los oídos! Como aquel que, en plena guerra civil española, estaba salpicado de versos amargos pero llenos de cariño y amor, hacia Josefina, la madre de su hijo Manuel Miguel, aquellos hermosos y duros versos, Nanas de la cebolla


Nanas de la Cebolla (extracto)

La cebolla es escarcha 
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches [...]


Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.

Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso [...]


Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.

Rival del sol,
porvenir de mis huesos
y de mi amor [...]


Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.

Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

Cancionero y romancero de ausencias” (1938-1941)
   
   El hambre los estaba desollando, como a tantos millones hoy, y también mañana. Tan sólo cebolla y algún mendrugo de pan en la casa, y el poeta, preso. No pudo más que "arrullarlos" con sus versos refugiados en trozos de papel higiénico, desde la cárcel de Torrijos (hoy geriátrico de la Fundación "Fausta Elorz", calle Conde Peñalver, esquina con Juan Bravo).
   También ayer Madrid intentaba volver a su "nueva" normalidad envuelta en mascarilla. La gran "sitiada" por la pandemia durante casi cuatro meses -con miles de muertos que han lastrado la alegría y su vitalidad-, rota por la impotencia de los profesionales sanitarios, desbordadosen las UCIs de los hospitales, y maltrecha en las luchas cainitas en parlamentos y calles tomadas por insolidarios. Madrid buscaba enfriarse del sufrimiento y del calor infernal de una tarde de verano sobre el asfalto. En una cercana terraza a la vieja cárcel, surgía de teléfono móvil, Miguel Gila en uno de sus monólogos: un supuesto concierto de violín que termina en otro desternillante "diálogo al teléfono" con su supuesta familia, y su eterno "¡Que se ponga!". Gila compartió la prisión de Torrijos con Miguel Hernández. Vivimos de coincidencias.
   A escasos metros del edificio, un endeble viejecito, al que le coge delicadamente su mujer, sentados ambos en un banco, alza su brazo en alto mientras exclama "¡Viva España!". Otra mujer, joven, de rasgos hispano-americanos, le ríe la gracia, obligada, y sujeta la silla de ruedas que, con esfuerzo, lo devolverá a casa. Y seguro que allí "convivirá" largas horas y días de entrega total ante la dependencia. Quizás hasta tenga hijos o hijas a miles de kilómetros. Millones de mujeres y sus hijos seguirán separados "sine die". Demasiadas, también en campos de refugiados u "hogares" como refugio. 
   Y allí, y aquí, ha anidado con "lujuria" asesina, la pandemia.

Refugiada con mascarilla para prevenir el coronavirus
Los ojos de los refugiados, sin "refugio"
ante la pandemia. Foto UNHCR.ACNUR.

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