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martes, 7 de octubre de 2014

Relatos desde mi buhardilla

Entre asnos anda el juego


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   Ante la cancela que precede al patio de la Universidad se concentra una multitud abigarrada, inquieta, mientras una silueta va consumiéndose en histriónicos movimientos sobre el estrado de la majestuosa sala; abajo, en las bancas, el populacho, ajeno a la lección del nuevo doctor, se remueve entre cuchicheos y burlas; en los laterales y pasillos pajes sacristanes estiran sus ropas sin demasiado frenesí; es más que improbable la procesión hasta la Magistral Complutense. De pronto, una atronadora bronca, jaleada de insultos, inunda las graderías: ¡Farsante! ¡Perro! ¡Redicho de putas viejas! El rector, con mirada cejijunta, avisa con mano amenazante a los cuatro doctores para que “galleen” al mentecato aspirante, y con agria voz ordena a sus asistentes que arrojen de la tribuna aquel majadero. Como rayos, un tropel de furibundos arribistas se abalanzan sobre la figura desvencijada y le colocan unas colosales orejas de burro antes de arrojarlo de bruces sobre la “manta”[1].
   Ya en volandas el desgraciado candidato, con la testa molida a palos, escucha a trompicones los golpes de hipo que le ha producido la risa sin dientes a la aparcera de la hospedería, y entrevé al cocinero carirredondo restregándose en el mandil andrajoso sus manos rabicortas y grasientas. Al caer sobre aquel “telorrio”, la sarta de mamporros quema como tenazas candentes sus costillas; no le resta resuello para transfigurar aquellos rostros miserables en bella doncella la una y al otro en juicioso escudero (sombras surgidas de manidos manuscritos que circulan de catre en catre en noches de insomnio por el dormitorio general, a pocos palmos del nido de cigüeñas). 
   Menos mal que arriba una tormenta con telúricos relámpagos y ensordecedores truenos y la marabunta huye en desbandada como hijos del demonio; arrían de súbito la manta de “gallos” y abandonan al maldito “asno” en los aires. Molidos los huesos, un viento arrastra en remolinos algunos pergaminos, pasando sobre el tullido hasta el pozo. 
   Un alguacil, que va cerrando puertas, mientras voces y risas se trasladan a los comedores, pisa un pliego rugoso, y bajo la luz de un farol titilante, atisba las primeras letras: “Avisón, Pablos, Alerta”[2]

[1] A los malos estudiantes de la Universidad de Alcalá de Henares se les llamaba “mantas”, y se les sacaba por el patio Trilingüe, a través de la “Puerta de los burros”, hacia el callejón de San Pedro y San Pablo.
[2] El buscón, de Quevedo, quien se supone viene a Alcalá poco después de reconocerse la fama de Miguel de Cervantes con su Don Quijote de la Mancha.

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