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jueves, 28 de agosto de 2014

Relatos desde mi buhardilla

Carachico


Carachico es mi amiga.
sandrabecchia.blogspot.com
   Carachico dejó a sus progenitores planchados cuando la partera les enseñó el culete de la criatura recién parida, a la que eco tras eco dieron por cierto que iba a ser un Pablete, tan claro se veía, así que descompuesto el padre, presente en el quirófano sin ver definido un rostro de niña, con la canastilla azul en las manos, tuvo que salir corriendo del hospital para comprar ropita rosa, a esas horas, cerrados los comercios, sin los horarios de ahora, de veinticuatro horas, así que le ajustaron unas botitas de su hermanito de cuatro años con lana como relleno, y de cunita un cestito de caña con telas con dibujos de frutas de mercadillo que tenía mamá en el fondo del bolso de cuando comían en el río los domingos, donde Carachico cogió su primera ranita y le saltó los ojos, aún más, soplándole muy fuerte,  donde silbaba luego con meses, como vaquero montañés, hasta que fue al cole de infantes y se equivocó la monja, qué niño más rosaete, no madre que es niña, pues qué Carachico más bonito, y dale, que nos vamos a la pública donde son aulas mixtas, donde la profe de educación física la puso de portera de fútbol siete, no entra ni uno o te cargo, y los niños la tomaban de la pandilla jugando a indios y americanos, al lado las tontas de las chonis se chupaban el dedo mientras hacían selfies para luego mandar al chat del grupo, donde los más brutos no le pedían que se quitara la camiseta, tenían miedo de que tuviera bello en el pecho, pero no, era muy femenina si no fuera porque se le estaban ensanchando los pómulos y los hombrotes más que los pechitos y que su voz no daba el timbre para el coro de angelotes del belén navideño, sí pastora, donde conoció al Piñata, el narizotas, que se reía con ella, de sus rizos, y como no tenían muchos amigos salieron alguna tarde, ella a saltar zanjas y atar botes a perros sueltos, y la mamá del nasutus que le suelta qué majo tu amigo, no madre que es chica, ah bueno, ¿quieres tortilla francesa?, pero el bachiller estaba terminando y no sabía, Carachico, qué hacer, pues a maestra, a enseñar a los niños y las niñas lo que hay que saber, que la vida no es un rostro o un cuerpo sólo, si no lo que hay por dentro, como sus compañeros de claustro, que se casaron con la rubia tetona, y el otro con la hija del alcalde, que donde esté un buen trasero y la finca de maizal, va Carachico a las bodas, y por la noche, sola en casa, abre un libro, un cuento que comienza, érase una vez una niña que al nacer no fue todo lo bonita que esperaban sus padres, y a la que una vez, mientras estaba fregando el terrazo de toda, toda la casa, se le apareció…

martes, 19 de agosto de 2014

Relatos desde mi buhardilla

Sara


   Adiós mi Amor.
Sara siempre "durmió"
en la funda de mi guitarra.
www.taringa.es

  Sí, será un adiós implacable. Después del secreto que desvelo en estas líneas te perderé para siempre. Nunca antes confesé a nadie que los versos que vertía tantas noches de insomnio entre arpegios de mi guitarra no eran evocaciones de ninguna mujer, ni siquiera tú, a la que engañé, como a tantas otras, para que sucumbieras en mis brazos. Esas notas repetidas millones de veces, como un canon, provienen de los ojos de Sara, una perrita con pintas, sombra silenciosa de un amigo de infancia. Su sosegada belleza hacía eternos los paseos por el parque, hasta que ambos se marcharon a un tiempo. 

Es tu cuerpo el que deseo.
layoutsparks.com
  Pero hoy has vuelto, Sara. Como una musa caída entre hoces de los ríos, trayéndome renovadas historias, lluvia de emociones que me empapa, con tu cuerpo con costuras, esquejo de una tarde de verano; tus enormes ojos negros, como aquellos, el leve cabello ciñéndose a tu barbilla, tus labios tentadores, la sonrisa grácil, guardando el tesoro de unos dientes de coral; esos pechos que rezuman vida, y más al sur, unas caderas destilando las últimas gotas del agua del río al sol; mientras entre tus piernas revolotea otra Sara, por la hierbas de la ladera, y con tus manos retienes, con el collar de oro de la inocencia, una perrita silenciosa, con pintas… 
   Mas ahora no, no quiero abrazar la guitarra sino tu cuerpo. Pero quizás, después de este instante, que perdí en crear dos nuevos compases con esta carta, sea tarde, tarde de nunca ya.