lunes, 15 de agosto de 2022

Coincidencias

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Perdidos con Petrushka en el último acto de indignidad

    Petrushka, marioneta tradicional rusa de paja y serrín, es el título del famoso ballet de Ígor Stravinski y Alexandre Benois (invierno de 1910-11). En un teatrito en la Plaza del Almirantazgo de San Petersburgo (1838) se abre el telón y aparecen tres muñecos bailando. El Moro y Petrushka están enamorados de la Bailarina, pero ésta prefiere al Moro. Petrushka, celoso, agrede al Moro; el Charlatán, dueño de las marionetas, encierra a Petrushka. La Bailarina lo visita, y aquel, emocionado, le expresa su amor con brusquedad. Ella, asustada, huye. En la tercera escena aparece el Moro, también prisionero, pero feliz con su situación. Entra la Bailarina, la halaga y ella se deja abrazar. En ese momento entra Petrushka que amenaza al Moro. Éste se defiende con su cimitarra y lo hace huir. En la última escena continúa el Carnaval sin que el público se haya dado cuenta de lo que sucede dentro del teatrito. Sólo se asusta cuando el Moro mata a Petrushka. La policía e interroga al Mago, pero en el suelo solamente hay un muñeco de trapo. La fiesta termina, todos se retiran y el Charlatán se lleva a Petrushka, que reaparece como un fantasma en el techo del teatrito con gesto amenazador. (Nota: En la desaparecida Unión Soviética Petrushka estuvo presente en el teatro de agitación, defendiendo a los campesinos pobres y atacando a los kuláks, grandes propietarios agricultores, antiguos zaristas, que se oponían a las colectivizaciones.)

    En el teatrito, la policía no detiene a su dueño, a los actores por supuesto tampoco, pues son de cartón. Pero en la vida real, muchas veces, se ha matado al mensajero. Son los cientos de casos que podemos enumerar. Comencemos con Julian Assange, en su trabajo periodístico, acusado de publicar documentos secretos que desvelaban posibles crímenes de guerra del ejército de Estados Unidos. La petición de extradición de aquel país a Reino Unido puede suponerle una prisión extremadamente alta y, por supuesto exponerlo a sufrir violaciones de los propios derechos humanos.

    Y qué decir de la muerte, del asesinato que probablemente quede impune, en menos de 48 horas, el pasado 12 de mayo, de tres periodistas en distintos puntos del mundo: Yesenia Mollinedo y Sheila Johana García (México). Shireen Abu Aqleh (Palestina). Tres muertes que se suman a incontable compañeros y compañeras de la información en todo el mundo; muertos, o prisioneros como está ocurriendo en el transcurso de los bélicos por dar la visión de lo que está ocurriendo, o sobre las mafias que controlan el tráfico de personas...

    No hace muchas fechas asistimos a la obra Moria (texto de Mario Vega, de Unahoramenos producciones, 2020); una experiencia teatral dentro de una tienda como la de un campamento de refugiados, donde la olla con especias llega al olfato, y las lágrimas y cuerpos de las actrices salpicaban nuestros pechos, con su angustia, esperanza y vergüenza con el trato a los desplazados por cualquier causa. Y debajo, siempre latente, el miedo al desenlace, a la muerte, que llega bajo el fuego que se propaga por los plásticos de las tiendas de campaña miserables. Un fuego emocional que arrasa con los aplausos de un público que, después de vivir en silencio, descalzo, se siente desorientado, en el silencio, en cómo salir ahora de ese momento tan vívido y volver como si tal cosa a nuestra experiencia cotidiana y lo por venir.

    Desgraciadamente es otra denuncia sobre la inhumana situación en la que se vive en los mal llamados campos de refugiados. Pudiera ser en la Isla de Lesbos (Grecia), donde conocieron sus creadores a tres mujeres y sus testimonios reales. El único elemento de ficción con el que se jugó para la puesta en escena es que Saleha, Zohra y Douaa se conocieran. Desgraciadamente, el resto del texto es una expresión artística basada en datos reales. Pero aquí nuestra historia más cercana nos acercó también a los campamentos saharauis. Y aquí el sinnombre a la acción del gobierno español sobre la modificación del actual estatus al pueblo saharaui asumiendo la posición del marroquí... 
Primero los muertos por las concertinas,
ahora con los disparos y palos de la policía marroquí.
El faro de Ceuta.
    Además de Marruecos, también nos hunde en la miseria de la indignidad los hombres muertos en Melilla por buscar un lugar donde trabajar y comer, o huyendo de las guerras y los terrores de la injusticia... Decenas de muertos, heridos y arrestados por la policía marroquí con la anuencia y el deje de las autoridades españolas para que campen en sus persecuciones por el territorio español, y el cinismo de valorar ese trabajo como una colaboración ante las mafias que traen estos desesperados hasta la valla.
Fotografía de Borja Hermoso, El País.24-10-2016.
    Una España, un gobierno, PSOE, Podemos e IU con apoyo de nacionalistas vascos y catalanes, que por otro lado trata de recuperar una verdadera Memoria de la Historia a trompicones. Como la declaración de ilegalidad del régimen franquista y el reconocimiento de víctimas del mismo hasta 1983. Ni en la fecha se han puesto de acuerdo las fuerzas políticas de la derecha que, por otro lado, sigue sin reconocer esta importante y definitiva parte de nuestra historia reciente, cosa que sí han hecho en los países de nuestro entorno como Alemania y Francia.
    Una vez más el teatro alza el telón para abrir conciencias. Molotov (bomba incendiaria, utilizada por primera vez en la guerra civil), es la obra que habla de Cipriano Martos, miembro del PCE, antifranquista, muerto en una cama de un hospital con ácido en el estómago, después de ser torturado, todavía es un misterio. Pero también están Salvador Puig Antich, detenido ocho días después que Martos, y tantísimos otros. Ante el silencio de la Justicia en España, su hermano, Antonio Martos, presentó querella en Argentina. En la sala estaba Pablo, no era necesario su apellido, del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), encarcelado y también torturado, emocionado después de ver el montaje, para hablar que no se reconoce la historia, la otra, la no oficial de los golpistas y luego fascistas durante casi cuarenta años, de cómo decían ser del PCE para ser mejor tratados o de la fuerte represión a los movimientos asambleístas, y posteriormente el desprecio para quienes no quisieron pactar la Transición en los términos y condiciones que conocemos. En la sala comentarios sobre el miedo a hablar de nuestros, mayores, de la censura y autocensura en los colegios e institutos para poder aprender, y no digamos de los medios de comunicación, en manos de quienes ya sabemos.
    Pues bien, aquí llegados, Petrushka nos puede servir, para analizar el "jolgorio" perenne en el que vivimos como público, en un Carnaval perenne, fiestas religiosas que se perpetúan y ¡ay! de quienes las pongan en duda, y de la paganas y de las inventadas sobre el plástico de una cultura de modernismo de móvil (atrás, o al tiempo, el fútbol y los toros) y "pandereta".
    No nos damos cuenta, o no queremos ver, el cómo viven y sienten seres, que en el teatrito son de cartón, pero en las calles son de piel y sentimientos, y cómo la muerte puede llegarles de la forma más devastadora e inútil. Algunas veces nos toca, pero si eso no ocurre... 
    El espíritu de Petrushka, sobrevolando el techo del ballet, tiene muchas interpretaciones: odio, revancha, la conciencia del que está o se siente oprimido que no descansará hasta que crea llegar "su" justicia. Porque mucho público quiere seguir siendo "inocente", vivir en Babia, para terminar siendo indolentes ante la opresión, la equidad y la justicia. Si viene al caso, con algunos apuntes de lo que hemos visto que está ocurriendo, y tanto que se queda en el tintero ¿no sería interesante volver a crear estos "teatritos" para contarlo a los niños y niñas, dado que los adultos parece que no deseemos que pare la farsa de este Carnaval de la muerte?
Las camas de la muerte,
Francisco de Goya (1812-14).
Museo del Prado.


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