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martes, 22 de marzo de 2016

Miradas

Escena de En Construcción
con Carolina Román, también autora,
y Nelson Dante. Con sabor a Tango. 
En de-construcción

   A la puerta del teatro una joven con un pañuelo blanco que le cubre la cabeza, abrigo deshilachado y falda oscura que cae hasta unos zuecos con calcetines gruesos mojados, alarga su mano hasta casi rozar la mía. Le asoma una segunda manga multicolor por las muñecas y mueve nerviosa cabeza y labios pidiendo unas monedas para un pequeño que se le  supone tiene cobijado en una chabola.
   La obra que acabo de ver cuenta también con una bebé, un personaje invisible, pero estrella y motor en el devenir de sus padres, inmigrantes argentinos a España, una tierra que va apagando con el tiempo las ilusiones de los más débiles y los llegados de fuera. Fue ilusorio que fuera un país próspero, rico y acogedor; aquella madre patria
    Se trata de un montaje con sabor amargo, sutil, subido a las tablas a ritmo de Tango con la belleza del timbre y la riqueza de matices de la actriz y autora Carolina Román y el espléndido Nelson Dante, bajo la dirección de Tristán Ulloa. 
    El final, el sabor cuando se levanta uno de la butaca, es que ante tanta desesperanza descubren que traían en su maleta mucho Amor, y una dosis enorme de fantasía y fuerza en sus venas. Para resistir.
   Al llegar a la boca del metro busco esos rostros oscuros que se pierden entre la negrura de la noche y el miedo al frío en los pasadizos. En las pantallas del andén titubeaban flashes de noticias: "El acuerdo de la CEE con Turquía sobre los refugiados, más cerca". En el vagón un silencio de tarde lluviosa entre paraguas negros, rostros adormecidos y miradas hueras. 
   Mi vecino de asiento abre un periódico deportivo que destaca en primera las vejaciones a las que unos hinchas someten a mujeres mendicantes en la Plaza Mayor. Monedas, trozos de pan, algún escupitajo, billetes ardiendo, risotadas de cafres... Tan sólo un verdadero héroe les reprocha estos desafueros; los más, graban esta farsa con sus móviles. ¿Qué sentirían estos salvajes si fueran sus hermanas o madres que tratan de hacerse con unas monedas para llevarles luego el pan y la leche que parece habérsele agriado en el cerebro?
   Mientras subo por el último rellano a la calle una neblina oculta edificios y sombras. Mis pies notan el cartón reblandecido por el agua, que palpita oscilante y rítmico. Un ser dormita malamente entre el ruido y la humedad aniquilando sus huesos. Rebusco con la mirada entre sus miserables enseres y los vagos destellos de una cacerola oxidada y un cazo llaman mi atención. Siento deseos de robárselos un intante y apalear su panza de acero hasta la madrugada -como En Construcción, la obra que vuelve a mis sienes, cuando salta la cacerolada contra los ladrones en su lejana Argentina-, bajo la ventana de algún Ministerio. Hasta agujerear los tímpanos del granuja parapetado tras la bandera de fondo azul con círculo de estrellas. Europa está en deconstrucción, es incapaz de abrir sus puertas a los desesperados. A sabiendas que millones de anónimos, como tú y como yo, aún cuentan para abrirlas. Pero hemos abandonado la lucha. No salimos a las calles más que cuando atacan lo nuestro, y a veces ni eso. 
   Miro el rostro encogido del mendigo, del sin hogar, y creo que vale más su sueño que el picor de la conciencia pasejero a la salida de un teatro que te ha revuelto las tripas al recordarte que siempre fuiste un paria en tu propia tierra.
P.D.: Mientras escribía estas letras unos asesinos, los mismos otra vez, vuelven a matar. El dolor que sentimos por los inocentes masacrados en Bruselas debe grabarnos, una vez más, que hay que combatir la miseria y la ignorancia del ser humano como condición previa e inapelable en cualquier punto del planeta. Y vuelta a empezar. Sin descanso ni tregua. 

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