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sábado, 12 de diciembre de 2015

Miradas


Elecciones

    Estas son Las meninas...

"Las meninas" de Richard Hamilton (1973).

    Y estas..., ¿son churras o merinas?

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domingo, 15 de noviembre de 2015

Miradas


El asesino

"¿Cuándo dejó de verme, de verse, humano y apretó el gatillo?".

En recuerdo de todas las víctimas de todos los terrorismos.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Miradas


Sonámbulo




Somnambulist, Ralp Gibson (1969).

- ¡Mamá! ¡Mamá!
- Es tarde cariño, duérmete ya.
- Cierra esa puerta y échate, ¡vamos!
- Mami, ¿mi peluche?
- Así, así, despacio, como me gusta.
- Ya voy mi cielo..., duerme.
- No gires la cabeza, ¡sigue!
- Ven ya, tengo miedo...
- ¡Agggh! ¡Puta!
- ¿Mami? ¿Mami?

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Miradas

Lorito y pachón


   Desde mi ventana diviso al fondo el callejón. En la cerca de la casa una jaula blanca, muy coqueta, desde la que un loro cabrea al perro de su también amo, con unos chiiiissss..., ¡pum!, chiiiissss..., ¡pum!, que bien parecen los petardos de una mascletá en Fallas. Luego, le suelta ¡como coja una vara!, similar a las cacofonías del humorista José Mota.
   Son eternas las horas que se escucha al loro cabrear al perro y a éste bufar y ladrar como un poseso. El dueño ya no hace caso y el vociferio y los ladridos han pasado a ser parte del universo de ruidos que azotan la calle. 
www.cuatro.com
   A veces, mientras desde el televisor se escuchan las alharacas entre el honorable Artur Mas y el excelentísimo presidente Mariano Rajoy, en los interminables argumentarios sobre si sí, o si no, sobre el separatismo catalán, se me enfría el plato en la mesa, hipnotizado por los movimientos del pico del loro y los zarpazos cansinos al aire del perro pachón tendido sobre la estera. Hasta me parece que el loro chisporrea catalán y el perro le ladra en galego.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Miradas

Chupetes

   Sociedad: Aquellos papás y mamás escondidos tras el muro del parque miran embelesados cómo los policías llevan sirenas y luces encendidas en sus motos precediendo al camión de la basura que se lleva los chupetes de todos los niños de la Guardería. Ojitos claros llorosos miran asustados tras los cristales (no acierto adonde volver los míos). 
   Sucesos: El niño ahogado parece dormido sobre la arena. Otro camión de basura lleno de crueldad humana le ha robado su chupete, y su vida. 
Gallego y Rey. Diario El Mundo, 2015.
 Aprieto las hojas del periódico. Crepitan como una hoguera bajo mis dedos. No hay colorín-colorado para tanta estupidez y sinrazón. 

viernes, 5 de junio de 2015

Miradas atrás

Arrugados
   Cuando te miro sobre el negro de mi mesa me pregunto ¿quién y por qué te han aplastado papel? ¿Quizás escondas entre tanto de ti retorcido algún verso de amor no correspondido? ¿O, se me ocurre, algún reproche del niño que hundió su gorro-barco de papel en el último baño infantil mientras sus padres gritaban en la habitación de al lado? 
   Ahora, a tí, a mí, nos sobran razones para vernos arrugados. Desde mi silla, también negra sobre ruedas, me veo como tú, despojo al final de una vida donde sólo quedan aristas en un rostro por el que corre sal de lágrima hasta mis labios.

sábado, 30 de mayo de 2015

Miradas atrás

SOS: Quiero ser cómico, ¡mierda!

Los cómicos ambulantes (1793-94) 
de Francisco Goya.
www.museodelprado.es
   No soy guapo, ni alto, ni tengo los dedos alargados y angulosos de pianista. Soy más bien rechoncho, cano, de calva rala, y la dentadura me deja claroscuros por falta de algún molar; pero suelto carcajadas atronadoras que surgen de este enorme pecho velludo, y unos hombros mullidos, cálidos, tan acogedores que quienes me abrazan no se descuelgan, aún cuan les rozo con esta barba ya algodonosa. Me gusta que el público suba hasta el marco de cualquier cuartucho que hace de camerino. Esta tarde, aquí arriba, tras el escenario semidesnudo (tan sólo una percha con cuatro telas negras, dos floretes y una daga), de suelo y techo, escaleras y baranda, también negras, oigo a Carlos que murmura "sube le hará mucha ilusión, es lo que más agradece". 
Juan Carlos Puerta, cómico, actor... 
   En la puerta del pequeño teatro un cartel: Don Juan 3.0, una parodia reducida del texto de Zorrilla, donde la Pili, con la que habla por el móvil en plena función, tiene rostro, es una amiga de siempre; mientras, dos franceses, siglo Luis XVI, buscan a Inés con desparpajo, "para abrazarla, que si no me toca con el José Luis". 
"La boñiga es de provecho",
asevera "doña Inés", 
José Luis Matienzo,
director de Escarramán Teatro.
   Compañía escasa donde el director cuenta con un par de actores, uno hábil y el otro más tonto que un haba, porque: "... hay días tontos, pero tontos todos los días como vosotros; ¡Señor, te los llevas o te los mando!"; en un país al que le viene al pelo esta figura para endosársela a tanto figurón y politicón, entre sonetos de un Quevedo sin remilgos, malauva, pendenciero (en unos días Santa Teresa, Calderón, y hasta Ionesco). 
   Quince personas, a diez euros entrada, un ventoso y lluvioso domingo de marzo, en el prolegómeno del partidazo, dios mío, Madrid-Barcelona. Antes, terror, que no sé si llegamos, se me estropeó el coche Miguel, no tengo pelas para arreglarlo, lo haremos Ángel y yo, con un martillo, y el faro lo compro en un desguace. ¡Y el IVA, un 21%! Lo que vende es lo que sale en la televisión, los monólogos, que están bien, pero no es teatro. Nosotros queremos ser cómicos, pero no de aquel pelaje que Fígaro, Mariano José de Larra, dibujó en su "Yo quiero ser cómico" (La Revista Española, 1 de marzo, 1833): "... ¿Y qué sabe usted? ¿Qué ha estudiado usted? -¿Cómo? ¿Se necesita saber algo? [...] -Sabrá de memoria los clásicos, y los comprenderá, y podrá verter sus ideas en las tablas. -Perdone usted, señor. Nada, nada. ¿Tan poco favor me hace usted? Que me caiga muerto aquí si he leído una sola línea de eso, ni he oído hablar tampoco... [...] ¡Usted será cómico, en fin, o se han de olvidar las reglas que hoy rigen el ejercicio!".
La Recua Teatro.
   Casi siglo y medio después no es el caso de quienes nos hemos crucificado en esta profesión, ni del público que nos empuja a subir a las tablas. Es el pensamiento de quien rige teatros y empresas, de políticos que se ajustan a ese papel calcado de Larra: la ignorancia que les persigue y abundan.
   Al día siguiente el uno a la empresa a las ocho, el otro, jubilado prematuro, a la tarde, a un instituto donde reponer un montaje sobre Antonio Machado; el tercero una hora de entrenamiento de florete y luego a estudiar, crear algún poema, pasar ficha del paro, y a esperar que esto escampe, o peor cruzar el charco hasta la América chica. No atisbo el final de este túnel, ni carros de tartana, ni siquiera eBirdman de la gran pantalla, en esta puta realidad, mi fracaso como actor, como marido y como padre (un padre ausente alienado por la búsqueda del éxito, ahora pidiendo casi limosna para comer), que ni aún abarrotando los patios de butacas, salimos del atolladero. A veces, las más, treinta euros después de gastos, para cenar los tres. Aún invitamos a los amigos, público "cautivo" de nuestras vidas, sustento del aplauso fiel. 
Ángel Gonzalo, actor, cómico...

   Se baja el telón. Oscuridad y maltrago. Mañana, de seguir así, nadie lanzará al verme entrar al teatro de cualquier pueblo, o en la calle al bajar de un carro de cómicos, un  "mucha mierda". No habrá función.

martes, 12 de mayo de 2015

Miradas atrás

Chapapote:
La tragedia a la que la cuenta atrás nunca llega


La cuenta atrás, parte I
(Faktoría de Libros, 2008).
Una historia sobre el Prestige.
Guión de Carlos Portela.
Ilustraciones de Sergi San Julián.

   Hoy vuelvo a ver el pisar inestable de los mismos trajes blancos con máscaras y gorros sobre el moco negruzco en las playas del aturquesado mar de las Islas Canarias, donde unos lazos de muerte ondulan y se ensanchan como trenzas inabarcables de la perca. Trece años atrás el chapapote se pegaba a mi piel, me destrozaba estos músculos inhábiles para levantar las palas de aquel chicle mortal al arrancarlo de los roquedales gallegos (la inquietante costa de la Muerte). Al caer la noche, mientras una borralla empapaba nuestros retomados jeans, el televisor mostraba las imágenes del desastre con miles de voluntarios plastificados; un ministro de Interior, qué coincidencia, Mariano Rajoy, reducía a "hilitos de platilina" aquel veneno. ¡Cara plastilina para las arcas públicas; el equivalente a diez mil millones de euros!
Voluntarios contra el chapapote.
es.wikipedia.org

  Hoy siento que debemos volver a luchar "A palás” con el chapapote, y con políticos como aquel. No aprendimos nada. No sirvió de nada. No sirven, éstos, para nada. 
   Entonces me desahogué en una cuartilla blanca donde unas cuantas palabras me ligaban con un pueblo para siempre. Ahora, el pueblo canario, también parte de mi placenta como hombre, ha librado hasta hace pocos días la batalla contra las plataformas petrolíferas y sigue pendiente de los temblores volcánicos. Las islas afortunadas se enfrentan a "una guerra contra sí misma, la búsqueda de la paz que perdió cuando un buen día una ciudad fantasma flotante se hundía en sus costas e inundaba de muerte los fondos marinos", como Galicia. El fuel negruzco que se agarró en aquella tierra, y a las entrañas que le dan la vida, levantó un ejército que a fuerza de palás luchó contra un enemigo que se desfigura en formas minúsculas y asesinas que se propagan por las corrientes y olas de un mar embravecido.
   Qué triste no repetirse aquel ejército de “voluntarios anónimos”, para quitar el "piche" como lo llaman allí. Nadie dio la alerta. Canarias nos la hacen lejana, eso sí, pizpereta. Por eso me duele comprobar, una vez más, que la península la tiene como trastienda de mar y playa, colorida en carnavales, dicharachera, melosa y sensual, musical como su isa. Pero si acaso la viéramos de pronto vestirse lentamente de luto, será porque los ojos de su alma avistan que la mortaja se va extendiendo en ese trozo de mar ya muerto.
Triste gaviota sobre la mancha parduzca de muerte.
www.estrelladigital.es

  Quiero ir allí con mi pala, antes que corra la hora que mi reloj marca de diferencia, antes que el chapapote se quede muy adentro, tanto que arrase el alma de quienes allí llegué a amar. Temo que la cuenta atrás para el final de esta pesadilla nunca llegue.

viernes, 20 de marzo de 2015

Relatos desde mi buhardilla

Vía muerta



   Aquellas viejas locomotoras que inundaban de vapor las techumbres herrumbrosas de las estaciones de ladrillo rojizo con viejos andenes, de trasiegos de maletas de tela con jirones de telas atadas con cuerda de pita, se quedaron zaheridas en la piel de mi memoria. Sus vagones verdes dibujaron en mi mente kilómetros de historias entre raíles en eternas noches arropado por el calor humano de cuerpos con rostros de hondas arrugas.
marius70.blogspot.com
 Encaramado en los compartimentos para equipajes, o tumbado en el estrecho pasillo bajo las piernas cruzadas entre los sillones, dormitaba entre tenues conversaciones de sueño y lagrimales resecos, sobre la última frontera, los besos robados a labios extraños, percibiendo distintos olores que resudaban esperanza por volver a su tierra, hasta que bajaba en la estación de destino de otro país desconocido con la aurora.
   Desde que me diagnosticaron la enfermedad veo pasar las horas con el traqueteo que ahora es el bombeo de mi corazón, y veo los árboles desde la ventana, trayéndome aquellos postes de madera del telégrafo con sus hilos negros que se mecían en un sinfín a los márgenes de los raíles, mientras los convoyes se convertían en un caleidoscopio multicolor con el paisaje. En ese cementerio de nostalgias que llamamos recuerdos ahondo y entierro las vías muertas donde aparco mi cuerpo; voy rayando el papel como surcos de un viejo disco de vinilo al final de una velada que la noche cerró con cortinajes y persianas. Son un enjambre de compartimentos mudos que, después de tanto manosearlos, los veo deshacerse como alas de mariposa entre nuestros dedos infantiles.

El vagón de la niñez

   Espigas al sol, girasoles, campos de amapolas, calles mal asfaltadas, eras de barro entre las colmenas de pisos minúsculos, sobresaltos por las bocinas desafinadas, panales de gentes barruntando malamente un futuro, y entre soledades infantiles, se esfumaban cuando en mis primeros viajes en tren, mi nave interestelar, me llevaba hasta mundos inhabitados con la princesa del universo. El plástico de mis indios, pistoleros americanos, caballos, carretas en el talego que cosió mi madre para no perderlos, no más de cinco años, para que jugara en las buhardillas, tesoros de leña cortada para estufas grises de aros y tiro que se fundía al rojo, palangres de pesca o robustas y férricas bicicletas. 
www.findelahistoria.com
   Elena era Jane, yo, Tarzán. Cubría con mi menguado cuerpo el suyo a la pared, rodeándola con débiles y raquíticos brazos, liberándola de indómitos salvajes, sus hermanos, y el hijo del panadero, Martín (ocultos los primeros besos entre los sacos de aserrín subidos por la "garrucha" del patio, cinco pisos abajo, por un ventanal de vértigo). Los roces de su cuerpo producían un inconfesable júbilo; su cuerpo fresco, olor a fresa, locura desconocida, alejándola de dragones, terribles, fundiendo los vientres, poseyéndonos por primera vez. Veranos de infinitos días, las lomas de los cerros de la hoz y, en el río renacuajos y desnudos, entre juncos; noches ruidosas con el “Sereno” que cerraba a cal y canto los portales ahogando los reproches de la chiquillería; en la tele “Un, dos, tres” y a dormir. Años más tarde, cuando mis guerreros “terribles”, dormían entre la droga y la cárcel, y mi musa de selva, vivía con un hijo, abandonada, sola, se grabó en mí el ansia por volver con el puñal de plástico para salvarlos a ellos y velarla, a ella, de los ladrones de corazones.

El vagón de la adolescencia

   “Tienes ojos de otoño”. Ella venía de miradas furtivas, a hurtadillas, espiándola en los ensayos de aquella obra del marqués de Sade en el instituto. Su cuerpo flotaba serpenteante por el escenario, crecía como una nube y paralizaba mi respiración cuando creía cruzarse su mirada cargada de erotismo. El pelo negro azabache, lacio, caído a media espalda, una frente lisa, casi maciza, la tez morena, una nariz aguileña, rasgos indios que electrizaban el alma, en una mirada eterna, triste, casi olvidada; sus pechos milimetrados a una estatua griega; su cintura estrecha y muslos tersos y marmóreos para acabar en un grácil paso de pies cortos, que acompañaban aquellas manos con dedos finísimos y alargados, de pianista, todo al ritmo de sus palabras, en unos labios abandonados, entregados, bellos a la cadencia de las palabras. 
Lo animal. Zaida Escobar.
zaidaescobar.blogspot.com
   No recuerdo cuando nos cruzamos en el silencio roto de la hoz por el río que crepita en la roca, abrupta, con dioses incrustados en ella, y a sus pies nogueras y zarzales. Allí, entre las rocas escarpadas sus manos buscaban mi rostro dejándose abrazar la cintura, abrasándose mis dedos, antes de introducirnos en las aguas oscuras. Hasta que aquel majadero, encantador de la fauna urbana aquella tarde de verano lo sentí posarse sobre ella y apagarla despacio con su sexo. Reencontrar mi pequeña bruja en aquella gruta que vomitaba gentes sin cesar, a la salida de la estación de la urbe pantagruélica, con su voz cantarina bajo un cielo plomizo ¿quién me compra un paraguas? El gentío me arremolinó hasta los últimos peldaños, hasta perder de vista mi “Mary Poppins”, patética y ajada por tantos intentos por huir a los saqueos a su vida.

El vagón de los muertos

   Aquella noche, presagio de ésta, conocí a Angustias, sublime, inescrutable y ansiada por todos los de la pandilla. Nos habíamos jugado entrar con ella en la fosa común, bajo una luna escénica. Sin mediar palabra inicia el descenso por una escalinata de hierro fundida al cemento hasta el cubículo siniestro en el que la temperatura semeja un horno asfixiante; los huesos de los muertos se convierten en teas bajo nuestros pies crepitando al quebrarse. El cigarrillo encendido en sus labios me va quemando el sexo. Efímera mujer que presiento pise mis huesos cuando los viertan allí, pues buscarán ansiosos los suyos cuando lleguen, hasta fundirse. No estarán muy lejos de donde reposa la última locomotora que se descompone bajo el óxido en la única vía muerta de mi estación. Y presiento que no podré dormir una eternidad solo.